La culpa la tiene el que lo hizo antes. Siempre es así. Glorificamos nuestros pequeños y efímeros triunfos personales como si fueran hechos trascendentales para la humanidad, y defenestramos los pequeños e insignificantes errores de nuestros antecesores como si los avances que nos legaron fueran mucho más corrientes que cualquier equivocación involuntaria.
Son simples palabras, claro está, pero no es una introducción en vano si nos abstraemos de lo abstracto que pisamos, pensamos, vemos y hacemos todos los días, para poder interpretar una de las claves de nuestro tiempo presente. De una vez por todas, hablemos del tiempo que nos toca en suerte.
Respecto a un tema que nos incumbe, tenemos siempre a mano un ataque como mejor defensa: "La culpa la tiene la mujer", "yo no fui el boludo", etc. ¿Cuántas cosas hemos escuchado por parte de aquellos hombres que no entienden que las consecuencias y las causas conviven en el mismo tiempo? ¿Con cuántas mujeres contamos que parecieran culparse por haber condenado a la humanidad a la cantidad de atrocidades a la que está expuesta? Sinceramente, estoy un poco cansado de volver y revolver a temas que tanto son actuales como las nuevas tetas de la vedette del momento.
No tomé la decisión de clickear "nueva entrada" con el objetivo de refrescar nada, sino todo lo contrario: hoy tengo ganas de dar todo por sabido, reflexionado... sentado, al menos. Todo por sentado. Y ya que está: así estamos. ¡SENTADOS!!!
Sentados leyendo letras que escribió un personaje que pretende decir abiertamente que se dio cuenta de algo. Pero qué nabo, por favor.
Vayamos al punto.
Hagámonos cargo de estar mordiendo la manzana un poco más cada día. Estamos sentados, para variar, y podemos comprar, vender, estudiar, "aprender", pagar, cobrar, jugar, y educarnos en el arte del consumo. Es de público conocimiento que existe un logo que representa a la humanidad en su esplendor, y da la casualidad que también es una marca sinónimo de actualidad, estética, tecnología, avance, moda, cúspide, codicia. Seamos un poco tontos y regalemos el tiempo que nos cobra el servidor de internet por un servicio ilimitado en mirarnos de nuevo. Puede que siempre nos miremos de la misma manera, o puede que nunca, pero no nos olvidemos de mirarnos y vernos ciertamente. A ver si se entiende: no quiero que te saques una foto con el iPhone mientras pensás "La manzana, jaja. Tengo la manzana. Mirá como la muerdo" y aparezcas en tu espacio de la web exhibiendo tremendas cualidades de desinteresado.
Ganá una oportunidad. Estamos condenados a perder. Porque hoy vos leés, y porque hoy yo escribo. Estamos confinados a la silla, a morder la manzana a cada rato un poco más; a saber que ya no queda mucho, pero seguimos adelante. Sigamos adelante, Ok. Pero no nos olvidemos de que hay uno que sin tener la manzana, espera que la tires a la basura para agarrar las sobras y comer de ella lo que le ofrezca su escacés. No nos olvidemos de las miradas perdidas de quienes deberían estar encontrándose para buscar una alternativa. Nosotros, que creemos vivir confortablemente, comiendo variado -o comiendo, llanamente-, comprando más ropa, menos ropa, trabajando para tener el peso, o para no tenerlo ("yo argentino", claro), tenemos que mirar de una vez por todas que nos estamos volviendo pesados, aburridos, repetitivos, insolentes, insoportables, apáticos, zurdos, derechos, altos o bajos, pobres o ricos, alegres, amargos, vivos o muertos, y es por una misma razón: ¡CUÁNTA MANZANA QUE COMEMOS!
¡QUÉ DIETA MÁS INSALUBRE! Por ahí te digo que un poco está bien, pero estoy tan harto que no tengo ganas de volver a probar bocado de esta fruta. A ver si te ponés las pilas y dejás de leer o ignorar la biblia. Quién te dice que lo de la manzana, el destierro, el diluvio, no sea todo una gran metáfora.
Permítame, usted que estuvo allí, disculparme por el impulso y la ironía.
Hasta pronto.